jueves, 27 de enero de 2011

La S.A.D. sin atléticos

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Hace ya unos cuantos años, más de los que parecen, Miguel Ángel Gil decidió nombrar un nuevo equipo técnico a cuya cabeza se encontraba Jesús García Pitarch. El máximo accionista estaba contento, e incluso, por momentos parecía eufórico. Su razonamiento para justificar las nuevas contrataciones resultaba, cuando menos, tan sincero como siniestro. Había que aislar el sentimiento atlético de la dirección de la sociedad anónima deportiva. Así, sin tapujos, y creyendo que había dado con la piedra filosofal del fútbol moderno.

Años después, creo que debo dar la enhorabuena a Calam, pues a fe que consiguió su propósito. El club, la sociedad, es un Atlético sin atléticos, el cual, paradójicamente, vive de los atléticos que aun existen, que aun se interesan, que aun pagan, pero que, sin embargo, son una realidad adjetiva y accesoria, y sobre todo, absolutamente ajena al club.

Por que este otrora club de fútbol, el Atlético de Madrid, no es más, a día de hoy y durante un par de décadas, que el patrimonio de Gil Marín. Ya, lo sé, patrimonio apropiado indebidamente, pero patrimonio, sociedad anónima, acciones, dinero, pasta…, una magna fuente de ingresos, pero nada más, y si más vínculos afectivos que los que un inversor tiene con sus acciones bursátiles. El cariño durará lo que duren los beneficios. Sus beneficios.

Y el fútbol, sí, es un mundo de tiburones, sin duda, inversores y caciques sin más escrúpulos que los que marca la ley, siempre y cuando está quede por ahí cerca. Pero ahí está la diferencia. Florentino es lo que es, pero es muy madridista. Del Nido es lo que es, pero su Sevilla es lo primero. Rosell es un tiburón, como Laporta un “viva la Virgen”, pero son culés a muerte. Y así puedo seguir con la inmensa mayoría de presidentes y consejeros españoles.

Y ahí está la diferencia. Gestionan su patrimonio y se benefician para sus negocios, de una forma más o menos directa, de su posición en el club, pero el club les duele, el club les importa, y desde luego, no aíslan el sentimiento de la gestión del mismo, sino que se rodean de personalidades históricas del mismo para su dirección, viendo como algo positivo el amor por unos colores, amor que te puede llevar a esfuerzos, a dedicaciones adicionales, a intereses personales y emocionales, más allá de aquellos a los que mueva el cobro de una minuta y/o una comisión. Gestionan con la cabeza, pero pasando por el corazón. El suyo y el del club.

Sin embargo, cuando el sentimiento se quiere aislar, obviando el corazón del club, no existe problema para apropiarte indebidamente de él, que te pillen, te condenen, y ahí sigas durante décadas, sin vergüenza, ni falta que hace. Tampoco te importará subirte desmesuradamente el sueldo (hasta seiscientos mil euros anuales en dos años) mientras el club se hunde con quinientos millones de deuda y subiendo. No te importa, claro, vender el único activo patrimonial inmobiliario del club a escondidas, alevósamente y hacer que el club (ya en quiebra técnica), vea su deuda aumentada en ciento cuarenta millones más. Ni te preocupa, por supuesto, bajar la cláusula de tu jugador emblema por que "era inaccesible", y eso, por lo visto, no es una ventaja sino un problema para el club. No te inquieta, añado, mantener durante años a un secretario técnico de contrastadísima ineptitud, sin presencia en el mercado, y con una capacidad fuera de toda cuestión para construir plantillas cortas, descompensadas y cada vez más débiles.

Sigan ustedes con la lista, pues, como saben, no acaba aquí.

Cuando el club se gestiona como una mera empresa, sin sentimientos, y además el empresario es malo, malo por inútil y malo por su mala intención, la ruina, no sólo económica, sino social, institucional e incluso espiritual, más que un riesgo es una consecuencia indefectible.

El problema es que no hay más, por más que soñemos con lo contrario, con un final a las penurias. El Atleti no ha muerto, pero tampoco vive en el Club Atlético de Madrid S.A.D. Son cosas distintas, y diría que hasta antagónicas. El Atleti y su histórica grandeza vive en los corazones de los atléticos, de numerosos atléticos, aunque no de todos. El otro, la S.A.D. ocupa su lugar en el mundo de los vivos, usurpa su nombre, su entidad, e insulta y mancha su espíritu y su historia.

El Atleti es un club, el club de los atléticos. Un sentimiento que, a día de hoy, no pasa de ser un ente inmaterial. La S.A.D. es la empresa, sin más. Es el negocio de los apropiadores, la vaca tratada a golpes de fusta y que les da leche mientras se desangra deseperada. La vaca cuyo único objetivo es vivir artificialmente para hacer cada día más millonarios a unos pocos aun a costa de hacer cada día más desgraciados a otros cientos de miles.

No importa, por que esto es una empresa. Balances, retornos, pérdidas, beneficios... Aquí sobra el sentimiento. De hecho no existe desde hace años. Se lo debemos a ellos.

Y mientras seguimos animando a la S.A.D., sufriendo, padeciendo, autoengañándonos y creyendo que eso es el Atleti. Tragándonos el sucedáneo por que, quizás, mejor es la S.A.D. que nada, por que algún día se irán, seguro y acabará la pesadilla. Y ahí estarán los atléticos para resucitar al Atleti y enterrar a la S.A.D de Gil.

Lo malo es que, por fuerte que sea el amor, a los muertos no los resucita.

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